Viaje al interior de Diourbel, una de las regiones más afectadas por la malaria en Senegal: “Estamos perdiendo los logros alcanzados”

Un niño cruza un camino convertido en un río en la ciudad senegalesa de Diourbel. En época seca, ese lugar suele ser una vía sin pavimentar, pero el terreno, de varios centenares de metros, está inundado desde agosto. Durante el día, se ven algunos mosquitos revoloteando sobre el agua estancada. Por la noche, el número se multiplica y, entre la nube de insectos, se esconden los de la especie Anopheles, que propagan la malaria, la enfermedad más mortal del mundo transmitida por un mosquito.
El pequeño se sujeta a una cuerda atada a una hilera de palos y avanza con los pies sumergidos en el agua. Se dirige hacia la orilla donde está la daara Cheikh Gueye Roukhou Kocci, una de las más grandes de la ciudad, en la que un millar de niños varones estudian el Corán. En esta escuela religiosa, los alumnos, llamados talibes, son senegaleses que viven en condiciones de pobreza, migrantes de países vecinos como Gambia o huérfanos. Algunos pasan la noche allí, en unas enormes habitaciones oscuras en las que se extiende una alfombra en la que duermen unos 20 o 30 menores. Sobre ellos, se extiende una enorme mosquitera impregnada con insecticida de larga duración que evita que entre junio y octubre, en época de lluvias en Senegal, los pequeños queden a merced de los mosquitos y del paludismo.
La región de Diourbel está entre los cinco territorios con mayor incidencia de malaria en Senegal: la media nacional es de 22,8 casos por cada 1.000 habitantes y Diourbel tiene 43,3, según datos del Programa Nacional de la Lucha contra el Paludismo. En sus tres departamentos, Diourbel, Bambey y Mbacke, hubo 91.502 casos en 2024 y 68 muertes. Durante años, la dirección sanitaria ha hecho alianzas con socios internacionales para contener la propagación de la enfermedad. Pero, ahora, hay inquietud en Diourbel por los recortes a la ayuda de países como EE UU.

Una de las estrategias cuyo futuro preocupa a las autoridades son, de hecho, las enormes mosquiteras para las daaras. En 2017, comenzó el proyecto MEGA MILDA que, con el apoyo de la agencia de cooperación de USAID/OWOD, contrataba a sastres locales para confeccionar enormes mosquiteras impregnadas de insecticida de un tamaño lo suficientemente grande para cubrir a todos los pequeños que duermen en las daaras, ya que, en el mercado, solo se conseguían para camas y no para las enormes esterillas. Además, se estableció una alianza con los líderes religiosos para que permitieran al personal de salud entrar a hacer pedagogía y testeos.
Mbacké Gueye, persona de referencia de Pecadom de Diourbel, un programa de salud comunitaria que busca diagnosticar y tratar la malaria en los domicilios, celebra que el proyecto MEGA MILDA fuera una forma de enfrentarse a la malaria con una solución que entendía el contexto particular de la región. “En los centros de salud recibíamos muchos casos de malaria graves y muertes procedentes de las daaras”, recuerda, en conversación con este diario, y sostiene que la estrategia permitió disminuir la morbilidad y mortalidad en menores de edad. Pero el proyecto concluyó en 2024.
“Los MILDA de rutina [que distribuye el distrito sanitario] siguen disponibles. Pero para movilizar a los sastres ya no hay financiación”, reconoce Gueye.

En la daara que visitó EL PAÍS, en un viaje organizado por el Fondo Mundial, aún quedan mosquiteras del último lote pagado por el distrito. “Quizás haya habido una buena gestión, por lo que todavía están allí, pero dentro de unas semanas se deteriorarán y no quedarán más si no hay piezas de repuesto procedentes de MEGA MILDA”, confirma Gueye.
Esta es apenas una de las señales de la inquietud en Diourbel. No solo los casos de malaria están subiendo por la alta densidad poblacional y las plagas de mosquitos en época de lluvias ―en las que la incidencia se eleva hasta en un 30%― , sino que la batalla contra la enfermedad se libra con menos dinero. En Diourbel, USAID (la agencia de cooperación de EE UU), Unicef y el Fondo Mundial eran los tres socios que aportaban recursos para prevención, diagnóstico y tratamiento de la malaria. Ahora, con la suspensión de USAID y la reducción del 10% del presupuesto del Fondo Mundial previsto para Senegal, el panorama se complica.
Desde 2004, el Fondo Mundial ha invertido 166 millones de dólares (142 millones de euros) en la lucha contra la malaria con programas de trabajadores comunitarios, formación a profesionales sanitarios y tratamientos preventivos intermitentes. En 2022, distribuyó 7,6 millones de mosquiteras tratadas con insecticida en ocho de las 14 regiones del país y ha hecho otra campaña reciente en 2025. Pero, ahora, evalúa sus próximos pasos. Mark Taylor, jefe del equipo para Senegal, es prudente en las proyecciones. “Esperamos que la reposición de fondos de noviembre [en la que se espera recaudar 18.000 millones de dólares para el ciclo 2027-2029] salga bien. Pensamos mantener, al menos, las ocho regiones [donde ya distribuyen mosquiteras] y comprar medicamentos", explica. Antes de la crisis de financiación exterior a la salud global, el objetivo del fondo era cubrir las 14 regiones.
No hay datos concretos que cuantifiquen el impacto económico y humano de la malaria en Senegal pero, recientemente, la organización Malaria No More lo ha calculado para África Subsahariana. Según un informe publicado la semana pasada, si el Fondo Mundial no consigue en noviembre los 18.000 millones de dólares para el ciclo 2027-2029 y sufre una reducción de donaciones del 20%, para el año 2030, podrían morir 82.071 personas más de las proyectadas en un escenario en el que la financiación se mantiene. En el plano económico, significaría una pérdida 5.140 millones de dólares en PIB de la región para 2030 y de 30.000 millones para 2040.
No hemos conseguido nuevos socios, sino que hemos trabajado para movilizar la financiación nacional, pero es precaria e inconsistente, por lo que no puede cubrir todas nuestras necesidades
Mamadou Dieng, director regional de sanidad de Diourbel
El doctor Mamadou Dieng, director regional de sanidad de Diourbel, ha explicado en un encuentro con medios de comunicación, entre los que estaba EL PAÍS, que “la financiación ha disminuido considerablemente”. “No hemos conseguido nuevos socios, sino que hemos trabajado para movilizar la financiación nacional, pero es precaria e inconsistente, por lo que no puede cubrir todas nuestras necesidades”, detalla.
Esto, asegura, ha provocado una gran reducción de las actividades comunitarias que permitían hacer pedagogía sobre los síntomas de la enfermedad: cómo prevenirla, acceder a un diagnóstico y tratarla para que no derivara en una malaria grave.

Una pieza clave de esta estrategia son las redes de trabajadores comunitarios, que hacen visitas domiciliarias de detección temprana de malaria en áreas de Diourbel que están lejos de un centro de salud.
Una de estas redes, por ejemplo, permitió encontrar a tiempo a Falou, un niño de 11 años. Khardiata Ba, una trabajadora comunitaria de 25 años, dio con la casa del pequeño en una de sus rondas por un suburbio de Diourbel. “Vine a hacer pruebas y detecté un niño con fiebre. Le hice una prueba rápida y salió positivo. Le di tratamiento domiciliario y se encuentra mucho mejor”, relata la mujer, tras una segunda visita a Falou y sus padres a principios de octubre. Ba no tiene salario, solo algunas bonificaciones económicas y apoyo, cuando se puede, con el transporte. “Si alguien se pone enfermo aquí, especialmente por la noche, es muy difícil. Está muy oscuro y no es seguro, ni siquiera para un hombre”, explica, sosteniendo, sin embargo, que la detección temprana de malaria en los niños evita casos graves.
Desde hace tres años, se ha constatado un recrudecimiento de casos, especialmente en Touba. estamos perdiendo los logros alcanzados, la malaria está ganando terreno
Serigne Diaye, supervisor de atención primaria y punto focal de paludismo en Diourbel
Otra de las preocupaciones de las autoridades sanitarias es la disponibilidad de medicamentos, ya que los tratamientos contra la malaria eran financiados por los socios extranjeros y no por el Gobierno.
Serigne Diaye, supervisor de atención primaria y persona de referencia de paludismo en Diourbel, agrega que también hay dificultades para acceder a suficientes pruebas de diagnóstico rápido. La suspensión de USAID, agrega, profundiza problemas que ya venían de tiempo atrás. “Desde hace tres años, se ha constatado un recrudecimiento de casos, especialmente en Touba [capital de Mbacké, a 40 kilómetros de Diourbel]”, dice. “Estamos perdiendo los logros alcanzados, la malaria está ganando terreno”, lamenta.
Malaria en la ciudad sagradaTouba, la segunda ciudad más poblada de Senegal después de Dakar, también está asediada por las inundaciones, los mosquitos y la malaria. Es el lugar de la región de Diourbel donde más ha crecido la incidencia. En 2023, era de 27,7 casos por cada 1.000 habitantes; en 2024, fue de 64,5. Más del 90% de las muertes registradas el año pasado en esta región ocurrieron allí.
En la ciudad santa del mouridismo, una cofradía sufí, no solo hay una alta densidad poblacional. Esta urbe atrae también unas tres millones de personas cada año en la gran peregrinación del Magal de Touba. Esta masiva celebración religiosa ha llevado a reforzar la supervisión de los programas de malaria, explican desde la dirección regional sanitaria. Aunque es un factor de riesgo por el aumento de densidad poblacional y por la posible llegada de enfermedades, hasta la fecha no ha habido una epidemia de malaria asociada a la peregrinación.

A unos cuatro kilómetros de la Gran Mezquita de Touba, el doctor Ibrahima Alpha Touré termina sus consultas del día en el centro de salud de Daroul Manane. Touré confirma que el caso de Touba es preocupante. “El aumento de casos se debe a las fuertes precipitaciones y las inundaciones. El suelo no absorbe el agua, por lo que hay muchas larvas”, explica a este diario. “También influye que no todas las daaras están censadas. Y, dadas las condiciones de vida allí, hay contaminación y proliferación de mosquitos", añade.
Pero para Touré un factor de riesgo en ascenso es la falta de medios de diagnóstico. “Aquí tenemos el TDR [prueba de diagnóstico rápido de malaria] y la gota gruesa [que permite detectar los parásitos en la sangre]. El TDR es gratuito, pero a menudo nos quedamos sin él. La gota gruesa es más sensible, pero requiere muchos más medios [como material de laboratorio, microscopios y personal capacitado] y debe ser pagada por el paciente”, describe el doctor. La falta de TDR y de medios para facilitar la detección por gota gruesa conllevan a retrasos en el diagnóstico y, a su vez, en el tratamiento y control.

La dirección regional de sanidad de Diourbel advierte de que contener la malaria es también una lucha contra la pobreza en una región de alta vulnerabilidad. “La temporada de lluvias es el periodo en que la población se dedica a las labores del campo. La economía de Diourbel se basa en la agricultura y la ganadería. Pero, lamentablemente, es cuando surgen también los casos de malaria. Si el cabeza de familia enferma, se produce una disminución de ingresos para el hogar”, explica el director regional.
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